Casi se cumple un año de la incursión armada del Frente Carolina Ramírez –integrado principalmente por miembros de las FARC-EP que no se sumaron al proceso de paz– en Bellavista, una comunidad indígena y ribereña de agricultores, pescadores y raspachines. Como muchas masacres, en su momento fue solo un registro en una larga lista de hechos violentos que sigue creciendo, pero hasta ahora la masacre de Bellavista no había sido documentada en detalle. Esta zona, en medio de la selva, está bajo el control de los Comandos de Frontera, enemigo y competidor en el mercado del narcotráfico del Frente Carolina Ramírez. En un intento de avanzar más al sur, hacia las abundantes regiones productoras de coca de Perú, se desencadenó la masacre.
Así fueron los hechos ocurridos que reconstruimos aquí:
En las afueras de Bellavista, los perros comenzaron a ladrar y las vacas se alejaron rápidamente –cuentan testigos– cuando dos docenas de combatientes armados aparecieron entre el monte.
“Yo miro ese poco de militares y digo: ‘Papi, se metió el ejército’”, una mujer contó que le dijo a su esposo. La pareja vivía en una humilde casa, rodeada por árboles frutales: borojó, caimo, canangucho y limón. Al ver la cantidad de personas armadas, ella de inmediato quiso ir por su cédula, para identificarse, pero pronto se dio cuenta de que no eran soldados del ejército colombiano. “Por ambos lados eran puros guerrilleros”, contó su marido. “Encontramos peladitos, niños”.
El 25 de diciembre de 2021, por primera vez, el Frente Carolina Ramírez, una de las estructuras más violentas del Frente Primero, comandado por ‘Iván Mordisco’, visitó la comunidad de Bellavista, ubicada a orillas del río Putumayo, en la frontera con Perú.
Poco después de asomarse en la periferia del pueblo, los armados agruparon a la gente frente de la caseta comunal, una tienda donde un pequeño grupo de residentes y visitantes estaban tomando, ya que era 25 de diciembre y las festividades habían empezado horas antes.
“Nos recogieron a todos los hombres”, comentó uno. Los integrantes del Frente Carolina Ramírez agruparon a las personas del pueblo y también ordenaron a las embarcaciones que pasaban por el río a arrimarse a la orilla. “Subiendo, bajando, tenían que arrimar. Si no se arrimaban daban plomo”, contó un testigo.
A dos hombres que se movilizaban en un bote con un motor pequeño, llamado ‘peque peque’, les ordenaron mover la embarcación hacia la orilla después de que uno de los armados disparó al agua. Subieron al pueblo por una escalera y se juntaron con el grupo de personas.
El siguiente bote, que pasaba más lejos de la orilla, andaba con un motor de 15hp y decidió no hacer caso a las órdenes. Le dispararon ráfagas, hiriendo al motorista. Cuando el cuerpo cayó, la corriente del río se llevó la embarcación. Los armados usaron otra nave que estaba en la orilla y salieron a recoger la embarcación que acababan de disparar. Cuando volvieron a la comunidad incendiaron el bote. El cuerpo del motorista lo amarraron al motor y lo tiraron al río.
El primer asesinato provocó escalofríos en la comunidad y el ambiente se enrareció rápidamente. Los residentes se dieron cuenta de que el grupo armado no entró en la comunidad para dar un discurso, sino a matar. “Ustedes son paracos, ustedes se mueren hoy”, gritó uno de los armados. “El que tenga que ver con los paras se muere”, exclamó.
Después de separar a los hombres y mujeres, 15 hombres fueron obligados a acostarse boca abajo.
Una de las mujeres le dijo al grupo armado: “Ustedes se creen poderosos porque tienen un arma, pero hay uno más poderoso y ese es Dios”, contó la mujer. “Una muchacha (del grupo), se me quedó mirando. Me dijo: “Tranquila madre, pídele a Dios, si ellos no tienen nada, no les va a pasar nada”.
A los hombres seleccionados por el grupo armado les ordenaron quedarse en una fila. “El que se salga de la fila muere”, dijeron. Uno de los hombres, un joven que no era de la comunidad, pero trabajaba cerca, había bebido.
“El borracho no podía sostenerse”, comentó uno de los testigos. “Y de una dijeron: ‘Mata este mono hijo de tantas’. Y, ¡pan!, ahí mismo lo mataron”, comentó otro testigo. Con dos tiros asesinaron al joven al frente de la comunidad y ante los ojos de los niños presentes. Los armados querían tirar el cuerpo en el río, pero la novia del joven logró intervenir y hablar para quedarse con el cuerpo.
Después del asesinato del joven, a otros 15 hombres que estaban en la comunidad más los dos que sacaron del ‘peque peque’, les ordenaron avanzar hacia el monte.
“Hasta aquí andaba un poco tranquilo”, dijo uno de los hombres del grupo y que empezó a inquietarse cuando mandaron a las mujeres a sus casas.
Cuando caminaban por una trocha, pasaron por un matorral alto y observaron decenas de personas armadas a ambos lados del camino. En el trayecto, un hombre con sus manos agarradas y sin camisa, se sumó al grupo. No lo reconocieron.
En el camino pasaron por cultivos de pancoger (yuca y plátano), y de yarumo, una planta sagrada que mezclan con tabaco para hacer ambil (un tipo de jalea oscura usada por los indígenas). El desconocido sin camisa fue apartado y asesinado. De inmediato, el grupo continuó.
“Aquí llegamos a lo que dice la biblia, los últimos serán los primeros”, contó uno de los hombres.
Al llegar al bosque, los de la Carolina Ramírez pusieron a las personas sentadas en una fila. “Cuando salió el comandante nos preguntó nombre por nombre. Le dimos el nombre de cada uno, de dónde éramos y todo”.
Uno de los hombres fue llevado aparte y fue sometido a varias preguntas, mientras que el comandante ponía un revólver contra su cabeza. Sobre todo, querían saber quién era de la comunidad y quién no.
Después, todavía en fila, ordenaron a las personas de la comunidad a dar un paso adelante, para que las que no eran de Bellavista se quedaran atrás. Cinco personas se quedaron detrás, incluyendo dos hombres del ‘peque peque’. Ellos fueron ejecutados. “Mataron uno por uno, así de arrodillados”, contó uno de los sobrevivientes.
En el pueblo se escucharon los tiros. “Cuando de pronto, escucho primero tres tiros”, comentó una señora. “Yo ya empecé a planear como iba a hacer mi vida”.
En el mismo instante, a unos cientos de metros, sonaron otras ráfagas. “Empezaron a dar tiros los Comandos de Frontera. Ya habían cruzado el río”, relató otro de los sobrevivientes.
El caos por el posible ataque de los Comandos de Frontera causó que los de la Carolina Ramírez no supieran responder. “¿Qué hacemos con estos paracos (...) les matamos?”, cuentan que gritaba uno, refiriéndose a los sobrevivientes, pero otro respondió “deja que se vayan a casa”.
Sin dudarlo, los sobrevivientes empezaron a correr. Uno no soltaba una botella que llevaba. “Si me muero me muero borracho”, dijo. Otro tenía que correr con las manos agarradas detrás de su cuerpo.
No se sabe si llegaron o no a enfrentarse. La gran mayoría de los residentes de Bellavista se desplazó al día siguiente. Días después llegó el ejército y el Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía para recoger los cuerpos que ya estaban en estado de descomposición.